domingo, 7 de octubre de 2012

Las piedras del camino





En una noche como esta, con su luna y sus estrellas, su silencio y sus fantasmas, en la que vuelan libres todos los pensamientos que me esclavizan, he terminado por sucumbir al recuerdo de un poema que me acompaña todo el día. Sería egoísta si no lo compartiera, si no dijera lo que para mí significa, cómo me motiva y cómo me emociona. Estoy segura de que hay mucha gente que ya lo conoce, se ha hablado mucho sobre él y sobre como ayudó a  Nelson Mandela a sobrellevar un cautiverio tan injusto como absurdo, aunque no demasiado sobre su autor, William Ernest Henley, quién sufrió tuberculosis en su infancia y la amputación de una pierna, lo que le dejó la vida marcada, unas marcas que a veces son capaces de crear la belleza en su estado más puro, con la sensibilidad que sólo puede conocerse a través del dolor.
Para momentos como este, ni mejores ni peores que otros, pero sí muy difíciles, os lo dedico con la promesa solemne de que, pase lo que pase, sean cuales sean los caminos...siempre habrá una piedra que sortear, y siempre tendréis la fuerza suficiente para darle una patada y seguir adelante. Y os prometo que yo lo haré siempre, mientras leo:



Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
                                                                                    soy el capitán de mi alma. 

 Dedicado a:

Vosotros, amigos de verdad, aquéllos que seguís a mi lado, a pesar de mis manías, mis miedos, mi exceso de sensibilidad, que no me habéis dado la espalda y me habéis arrinconado como un coche viejo que ya no es útil. A aquéllos con los que río y lloro, con los que corro y sufro, vosotros y vosotras, amigos y amigas, también sois los amos de mi destino, los capitanes de mi alma. El resto...quedaron en el camino.


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