domingo, 4 de noviembre de 2012

Babel


Ayer ví una película de las que te dejan el corazón desgarrado y para siempre tocado, en el sentido más puro y alejado del dolor. Y ocurre porque en un momento concreto de tu vida consigues tener los ojos muy abiertos para poder ver lo que realmente importa, y entonces te das cuenta de que esa pequeña cosa ha conseguido que tu vida avance en la dirección que tú siempre habías soñado, allí donde se aprende a encontrar en cada uno la faceta más humana, y que, a veces, escondemos detrás de una cortina demasiado tupida y gris.
Una película, dos horas de la vida de una persona contemplando la belleza del sentimiento humano en su más elevada expresión. 

La película de Iñarritu nos cuenta las historias entrecruzadas de varios grupos de personas que no se conocen, con dramas diferentes, y que, a pesar de la repentina e inesperada conexión entre ellos, siempre estarán aislados debido a su propia incapacidad de comunicarse efectivamente con su entorno.

Lo que cuenta es anecdótico, las personas son ficticias, pero los sentimientos se despiertan ante cada imagen, cada palabra y, sobre todo, ante una parte de la banda sonora que todavía tengo en la cabeza y no puedo olvidar ( por si a alguien le interesa, la tenéis arriba en un vídeo, es de Ryuichi Sakamoto).

La comunicación, la falta de ella, las palabras mal expresadas, las nunca dichas, las que no me dejaron decir, los sentimientos que no pude expresar porque a alguien no le interesó, el dolor de que las palabras son tiradas al viento y mueren sin haber cumplido su función. El dolor, siempre el dolor de no trascender, de que tu propio ser no llegue a ser conocido, a ser amado, a ser recordado. 

En realidad somos seres desconocidos para nosotros mismos, albergamos sentimientos y emociones que nos asustan, que no podemos controlar, que escondemos en sitios tan recónditos que algún día salen en tromba y son capaces de arrasar todo lo que se ponga por delante. Nos hacemos daño y hacemos daño, somos sordos y mudos ante nosotros mismos, y no se puede esperar más comunicación con las personas que nos rodean si no hablamos con nosotros mismos. Si no nos preguntamos quienes somos, cómo somos, qué sentimos o qué nos gusta, ¿cómo podemos esperar que nos importe la persona que tenemos al lado? ¿cómo podemos decir que conocemos a alguien si nunca nos importó lo que tenía que decirnos? ¿cómo podriamos amar si cerramos los ojos y los oidos para no vernos más que a nosotros mismos?

Vivimos en un mundo rodeado de Narcisos que se aman a sí mismos, pero...de esto ya hablaré otro día, cuando haya conseguido que la música de Sakamoto me inspire en esa dirección.

Hoy más que nunca, os escucho con los ojos muy abiertos, con los oidos dispuestos a leer más allá de lo que dicen las palabras. Escuchad esta maravillosa banda sonora que es vuestra propia vida, y escuchad la banda sonora de las personas que tenéis al lado, a veces no es necesario ni una sola palabra para saber lo que siente una persona.


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