jueves, 26 de diciembre de 2013

La Montaña Mágica


Se me acumulan los temas desde hace tiempo, y, como todo lo que se amontona, termina por convertirse en algo que se arrincona para poder olvidar que se nos viene encima una montaña que no hemos conseguido domar.


Quería escribir sobre la indignidad del ser humano, con ocasión de la tragedia de Lampedusa en la que murieron cerca de 200 seres humanos que sólo estaban luchando por una vida mejor. Murieron sin ayuda porque no eran nadie...



También se me ocurrió que estaría bien escribir sobre la situación de miles de españoles que tienen que convertirse en inmigrantes y salir de su tierra. Ahora serán personas incómodas para otros países, al igual que lo fueron otros en el nuestro. Puede ser que tampoco sean nadie para nuestros dirigentes, los que hemos votado con cierta ingenuidad desde que nos dijeron que éramos libres.



Pero luego pensé que es posible que a nadie le importe demasiado un mundo tan oscuro y desagradable, porque quizás llevamos demasiado tiempo instalados en una burbuja de la que no queremos salir para no resultar contaminados o, simplemente,  para no ser aquéllos que no son nadie. Porque no nos gusta ser invisibles, eso sólo les pasa a los superhéroes, aquéllos que fueron creados para hacernos sentir que estamos protegidos de los poderes del mal.



Pero yo sólo veo desde hace años héroes y heroínas de carne y hueso, cuyo poder consiste en sobrevivir con las miserias cotidianas, en rebuscar en la basura aquéllo que tiramos los que atesoramos cosas y cada vez somos menos personas, que pasan hambre y frío mientras observan cómo se les ignora porque, en realidad, hace tiempo que no son nadie. Sí, su poder reside en la invisibilidad, y el nuestro, en la ceguera selectiva porque sólo vemos lo que nos resulta cómodo y nos permite continuar dentro de nuestra burbuja protectora.



Quisiera pensar con esperanza, ese estado que nos permite vernos a nosotros mismos ascender las montañas más elevadas e infranqueables. Quisiera pensar con optimismo, eso que algunos llaman ilusión y otros un acto inútil y vacío. 

Y, ante todo, quisiera sentirme bien cada mañana sólo con mirar dentro de mi misma, porque quizás he tardado demasiados años en subir esa montaña porque estaba demasiado preocupada del eco de otras voces.

Tal vez dé demasiadas vueltas para decir lo que nadie quiere escuchar, pero sí tengo la seguridad de que lo que hago es lo que he querido hacer siempre, y es subir una cumbre demasiado alta y empinada donde ya no me alcanzará el alud que a todos nos asusta.

Y otra cosa puedo prometer y prometo: la próxima vez que escriba será con palabras que arranquen sonrisas...es una promesa que ahora sí puedo cumplir. 




photo credit: andresAzp via photopin cc

domingo, 22 de diciembre de 2013

La búsqueda de la esperanza









Hay momentos en la vida en los que haría falta un GPS para poder saber cuál es el mejor camino al que puedes dirigirte. Y días en los que ningún camino, por atractivo que parezca, te seduce lo suficiente como para empezar a dar ni un paso. 

Y, pensando en esto, se me ocurrió salir esta mañana a andar y a contemplar el paisaje, con la firme idea de intentar encontrar alguna señal que me indique qué propósitos pueden encontrar en la vida aquéllos que han perdido la esperanza, que no encuentran ninguna razón que les haga levantarse por la mañana con una sonrisa y, lo más importante, viven sin pasión, sin fuerza, como esperando que el final sea la mejor escena de la película


Vivimos tiempos difíciles, pero, aún así, siempre me ha parecido que la fuerza y la pasión por las cosas y las personas, siempre provienen de uno mismo, que no hay ningún botón mágico que nos haga cambiar nuestra actitud si no la hemos imprimido nosotros mismos en nuestro interior. Algo que parece fácil, y aún más fácil de decir, pero que se presenta como algo insalvable cuando vienen nubes negras desde el horizonte.



Por el camino fui encontrando alguna señal...



Primero pensé que una buena razón para seguir adelante siempre es pensar que, por duro que sea el camino, siempre habrá un lugar para descansar y un árbol que te dé su sombra. 

Y, con un poco de suerte, quizás no te sientas tan sola, ni desamparada, cuando puedas contemplar a lo lejos algo que sea mucho más grande que una misma.


Ese algo que nos haga pensar que quizás somos un sólo grano de arena, pero que juntos hacemos una montaña, y que merece la pena formar parte de ese algo tan grande que forma una montaña.






Y luego, mientras caminaba buscando señales, me encontré con algunos mensajes en las rocas.
Algunos de ellos me recordaron la gran capacidad del ser humano para destrozarse a sí mismo y a su entorno, ese mismo que forma parte inescindible de su propio yo.

Y, sin embargo, entendí que el Hombre, en sus virtudes y defectos, posee un arma grandiosa, capaz de las acciones más sublimes y las más denigrantes. Posee algo que, a veces, ni valora, ni es capaz de asimilar: su gran capacidad de comunicación y la necesidad de expresión de sus sentimientos y pensamientos. Algo que nos acompaña incluso en los silencios más prolongados y de cuya importancia no solemos ser conscientes, o no queremos serlo, o, simplemente, lo poseemos de manera tan fácil, que no apreciamos su valor y su importancia.


Y encontré palabras con mensajes claros, o más oscuros, o, directamente ambiguos. Y encontré palabras que tienen el significado de aquéllo que nos rodea, lo que nos preocupa, lo que nos hunde y nos eleva.
Pero, sobre todo, encontré palabras cuyo importancia radicaba en la búsqueda de la identidad personal, de la afirmación como persona. 

Y pensé, que, en el fondo, todos queremos dejar una huella en nuestro paso por esta vida. Y, cuando no lo hacemos, transitamos como almas en pena, esperando un pequeño milagro que nos haga trascender y no formar parte de la nada.

Y ponemos nuestro nombre sobre la luna y las estrellas, porque queremos hacerles ver que somos algo más que una grano de arena.

Y amamos, odiamos, reímos, lloramos, y, a veces, hasta morimos en vida, porque no hemos encontrado nuestra razón para seguir caminando. 

Pero, aún así, seguimos caminando, sin pasión, sin ilusión, sin alegría, como movidos por hilos invisibles de los que nos conseguimos deshacernos.




Pero yo, mientras caminaba por esta senda llena de hojas, me di cuenta de que el problema no está en el camino que recorremos, ni en las piedras que pisamos, ni en las veces que nos caemos y no sabemos levantarnos.


El problema que nos hace ser seres sin ilusión ni esperanza es no saber adonde lleva el camino, y recorrerlo siempre apresuradamente porque necesitamos llegar a una meta, y, mientras corremos en busca de algo que ni identificamos, cerramos los ojos y no podemos ver nada.

No vemos las hojas, no vemos las flores, no vemos los seres vivos que nos acompañan...no vemos porque no sabemos ver. Hemos atrofiado la capacidad de sorprendernos ante las cosas pequeñas porque buscamos algo muy grande, y nos desesperamos porque el camino nunca nos lleva a ello.

Y, entonces, en el final de mi paseo, vi a lo lejos un parque infantil que me hizo recordar quien era yo cuando caminaba por la vida con verdadera pasión y alegría. 

Descubrí que, mientras buscaba la esperanza, la ilusión y la alegría, había olvidado vivir la vida con los ojos de una niña. Y recordé cómo era yo cuando era inocente, cuando me sorprendía con cualquier cosa. Como era yo cuando no había visto en los ojos de los demás que no era lo suficientemente buena como para andar por caminos llenos de flores.

Y me fui a mi casa pensando que sí, que verdaderamente si uno busca señales, las encuentra. Sólo hay que mirar con los ojos del niño que fuimos. Tan simple que asusta.