sábado, 28 de marzo de 2020

Adiós, Toledo, adiós



Me gustaba salir al anochecer y caminar mientras contemplaba el eterno viaje sin retorno del Tajo.
Quisiera pensar que el río no me olvidará cuando ya no esté, o que, allá donde vaya, me llegará su olor húmedo y cálido, su naturaleza avasalladora e inquietante, su lamento desgarrado y atormentado.

No habrá cielos más intensos que aquellos que me acompañaban en el largo camino de los días tristes, o en las soleadas y livianas jornadas de alegría. Los cielos, las nubes, el rumor del río, las calles estrechas y sinuosas en las que se adivinan miles de vidas cruzadas...

En las noches cálidas, resonaban los pasos en las piedras castigadas mientras se sumaban a tantos ecos del pasado. En las noches frías, la bruma y la niebla convertía cada camino en una puerta hacia los sueños.

¿Dónde quedarán mis pasos? ¿resonarán en noches de invierno? ¿serán parte de algún sueño?

Mis preguntas no tienen respuesta en noches como la de hoy en las que empiezo lentamente a despedirme de todo aquello que era un pequeño mundo al que nunca pertenecí.







Pero tal vez sí pertenecí a las calles, quizás las piedras tengan memoria y conservarán algo de mi con el dolor de la pérdida y el lamento por la ausencia. Tal vez.

En la memoría de los días perdidos, tal vez en algún momento, sonará el eco de nuestros pasos. Yo, por si acaso, siempre echo la vista atrás para no dejar perdida por el camino la vida que he ido atesorando. Aunque quizás nadie me recuerde, aunque haya sido como una hoja arrojada al viento, un día tal vez quiera el eco gritar mi nombre.

En Toledo no dejo nada, es Toledo quien viene conmigo...y con Niki. 


PD: Por supuesto, las fotos son mías, pero las mejores imágenes siempre se guardan en la memoria.

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