viernes, 27 de septiembre de 2013

Arrugas


Hay días en los que no debería abrir los ojos, simplemente para seguir soñando con aquéllo que no me hace sentir la soledad y tristeza de las cosas que, a veces, nos muestra la realidad.

Son momentos en los que la pérdida de un ser querido se convierte en un recordatorio de la soledad del ser humano cuando llega a esa edad en la que no se considera útil, y nos hace vernos en un espejo de doble cara en el que el futuro se nos muestra claramente lleno de arrugas y pesadas piedras en el corazón, mientras por el otro lado seguimos viéndonos con los ojos de quién desea levantarse todos los días y luchar por dejar recuerdos imborrables para no sentirnos tan solos y tan invisibles, con la esperanza de que el próximo día llegará con más luz de la que imaginamos.

Y reímos, lloramos, trabajamos y luchamos por razones que a veces ni entendemos, nos movemos como autómatas un día tras otro hasta que llega un día en el que nos paramos a observar desde un banco los recuerdos que hemos ido cultivando, llenos de arrugas en la cara y el corazón, llenos de la pena por la incertidumbre que supone no saber cuál será el camino siguiente. Y no lo sabremos nunca, sólo que es un camino desconocido.

Decía que me gustaría seguir durmiendo y no despertar, para no tener que ver cómo un anciano me pide dinero en la estación, o para no tener que ver cómo los últimos días de las personas están llenos de miseria y olvido, o cómo el mismo Estado olvida la dignidad de aquéllos que dieron la vida por nosotros. Creo que esto ya lo he dicho en algún sitio, pero hoy, que recuerdo con mucha pena a un familiar perdido, quisiera pensar que ese último suspiro no es lo último que quede en mi memoria, ni lo único, ni lo más importante. Y que la vida me conceda el favor de dejar algún recuerdo bonito en alguien, alguna huella imborrable, algún rastro que me haga vivir con la esperanza de que no soy invisible, y que, quizás para alguien, soy importante.

En memoria de Jesús, que iluminó una parte de nuestro camino, para que su recuerdo lo siga haciendo.

photo credit: omnia_mutantur via photopin cc

jueves, 26 de septiembre de 2013

Adios, Felipe, adios


Llevaba varios días intentando escribir sobre la noticia de la salida de Felipe Massa de su actual equipo, La Scudería Ferrari. Quizás he tardado en hacerlo porque me gustaría ponerme en el lugar de la persona que ha sido compañero de equipo de pilotos geniales e irrepetibles, y termina por darse cuenta de que la gloria no va a acompañarle, y que, después de rozarla con los dedos en 2008, ha partido para encontrarse con otras naves menos esquivas. Y quisiera darme cuenta de la dureza del sentimiento del que se siente derrotado y fracasado, y, a pesar de ello, se considera capaz de intentar aquéllo en lo que ya nadie cree más que él...o quizás ni siquiera él mismo.

Incluso intentando entender sus sentimientos, la realidad no hace más que recordarnos que éstos no valen para nada en este mundo en el que la competición es lo primero. Felipe tuvo la suerte de fichar por la Scudería (seguramente ayudado por su mánager, hijo de Jean Todt), pero, en mi opinión, quizás nunca tuvo el perfil adecuado, diseñado durante años con tiralíneas por un equipo que es más que equipo, leyenda.

Quizás su papel estaba creado simplemente para ser escudero de Michael Schumacher, y, trás la retirada de éste, se vio capaz de alcanzar el éxito ante la indolencia y desmotivación de Kimi Raikkonen. Pero a veces la realidad es algo que nos inventamos y que construimos sobre el aire, y, en ese intento de pisar de puntillas para no despertar de los sueños, terminamos por darnos cuenta que es más fácil bajar de la nube y aceptar que nunca seremos lo que tanto ansiamos.

Felipe debería haberse dado cuenta de que su sueño había terminado hace mucho tiempo, pero siempre he pensado que nunca seremos tan importantes como para juzgar sobre la vida de los demás, sin pararnos un momento a pensar qué sería de nosotros en la misma situación, qué sentiríamos ante la pérdida de los sueños que creíamos cercanos y que nos susurraban al oido, cuál sería nuestro papel en la vida ante la desesperanza y la soledad del perdedor. 

Y yo, que me he sentido, y hoy me siento, perdedora, puedo decir que la vida se convierte en una escuela en la que los sentimientos son el verdadero recurso didáctico. El verdadero fracaso consiste en no haber intentado conseguir los sueños, pero cuando éstos nos abandonan, se convierte en locura y sinrazón continuar persiguiendo lo que ya no nos pertenece. Felipe lo sabe, y yo lo sé, ahora es fácil continuar buscando en otro camino.

Continuar, luchar, y, por fin, recuperar la dignidad perdida en una lucha que no podíamos ganar.

Por tí, Felipe, y por todos los que son llamados perdedores en un mundo deshumanizado.



photo credit: slitzf1 via photopin cc

viernes, 6 de septiembre de 2013

El Gran Capitán


Hacía mucho tiempo que no encontraba un momento de tranquilidad para escribir sobre este deporte que se hace llamar Fórmula 1. Tal vez el tiempo es lo que no he tenido, ni la oportunidad, ni he estado donde debería estar en el momento adecuado, y tal vez yo no sepa ni aporte nada, ningún dato objetivo, ninguna estadística...hoy simplemente estoy dejando llevar los dedos por el teclado, en espera de que el fatum me inspire para saber qué nos depara el destino.

Antes de la carrera de Spa, cuando los resultados nos ofrecían un panorama bastante sombrío, las palabras de Fernando nos hacían pensar que se había dejado ganar por la desesperanza y el pesimismo. Pero todos sabemos que sólo basta un momento, un segundo nada más, para convertir la oscuridad en luz, que la gloria se alcanza a base de pequeños momentos, instantes que quedan grabados en nuestros recuerdos para recordarnos que alguna vez fuimos testigos de cosas extraordinarias. Incluso cuando se pierden las batallas, y las guerras, hay momentos que valen más que una victoria, y son aquéllos en los que luchamos sabiendo que la estadística nos dice que la pérdida nos acecha. Quizás sólo seís vueltas de una carrera, seis veces en las que los coches suben por Eau Rouge, seis veces en las que pensamos que el fatum se equivoca y nos dejará una vez más participar de la gloria.



En estos días que tanto se habla y se rumorea sobre el destino de Alonso, sobre sus filias y fobias, sobre su posible desencanto respecto a su equipo, cuando en las altas esferas se le reprocha su individualismo, yo me pregunto qué es lo que une a un grupo para luchar por una idea común, si existe la fórmula mágica que consiga hacernos olvidar que vinimos al mundo solos y moriremos solos. Y no encuentro respuesta.

Y recuerdo historias del pasado, en las que las grandes hazañas a veces han estado rodeadas de ingratitud, de vacío y de soledad, porque la historia la escriben los vencedores, y los que han sabido estar en el momento preciso y en el lugar adecuado.
Y aunque nadie recuerde ya al Cid, o a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, su historia es la historia de la ingratitud humana, esa que siempre se repite, en todas las etapas, la escriba quién la escriba, incluso en estos tiempos modernos en los que creamos la trascendencia a partir de ciento cuarenta caracteres.

Tal vez siga siendo una ilusa, pero quiero seguir soñando que la vida está hecha de pequeños momentos irrepetibles, y dedicarme a coleccionarlos. Y espero no olvidarme de dar las gracias a quién me los regala.